De la noche a la mañana, un preso de poca monta se convierte en estrella de la radio, primero, y de la televisión, después. Sus intervenciones no destacan por el valor de los contenidos pero él es capaz de conectar con el público, que le adora. Como registra buenos niveles de audiencia y no faltan patrocinadores, su fama en televisión crece como la espuma… hasta que las cosas se tuercen.
La televisión convierte en estrella mediática a un sujeto sin ningún talento, cuyo único mérito es que obtiene elevadas audiencias y consigue anunciantes. El contenido del programa es nulo, solo demagogia. Ese vacío que cultiva facilita que la fama se le suba a la cabeza, con lo que pronto cae en la soberbia y el desprecio hacia los demás. La película denuncia la capacidad que tienen los medios para crear tendencias en función de sus propios intereses, aunque no aporten nada constructivo a la sociedad. El concepto de responsabilidad ciudadana se orienta aquí más a los medios que a los profesionales, porque ninguno de ellos es periodista.
Encumbrado por la masa, pronto llega a convencerse de su grandeza personal: “Yo no soy solo un entrenador. Soy influyente, catalizo opiniones. Soy una fuerza”, que equipara a la inferioridad que atribuye a todos los demás, especialmente a quienes forman parte de su audiencia: “Este país es como mi gran rebaño de ovejas… Granjeros, vagabundos, montañeses, amas de casa, oficinistas, campesinos… todos tienen que saltar cuando alguien toque el silbato. (…) Son míos, los tengo. Piensan igual que yo. Solo que son más tontos que yo, así que tengo que pensar por ellos”.
TÍTULO ORIGINAL: A face in the crowd
GÉNERO: Drama
AÑO: 1957
NACIONALIDAD: Estados Unidos
DIRECCIÓN: Elia Kazan
GUIÓN: Budd Schulberg
INTÉRPRETES: Andy Griffith, Lee Remick, Patricia Neal, Anthony Fran-ciosa, Walter Matthau, Kay Medford, Burl Ives, Rip Torn
Fragmento del libro «La ventana interior. Inteligencia emocional aplicada al periodismo»
(Editorial Fragua, 2016)