Cuando te sientes frustrado notas que te falta la energía. Te conviertes en un ser apático, no le encuentras sentido a nada y cualquier esfuerzo adicional parece estéril. Eso no es exclusivo de los periodistas, a todo el mundo le ocurre alguna vez porque la frustración posee un efecto opiáceo que aborta cualquier atisbo de iniciativa. Como una anestesia, adormece la curiosidad y el hambre por alcanzar objetivos. Mercè Conangla lo explica así: “Ante el esfuerzo o el dolor uno puede mantener el esfuerzo, resistir, aguantar o claudicar (ceder, resistirse o someterse). El desánimo nos lleva a renunciar, a flaquear y a desistir ante una situación determinada. La persona que se siente desanimada no encuentra el impulso para actuar, para mantener una actividad ni para esforzarse. El desánimo alargado en el tiempo, el desánimo patológico o carencia total de impulso y vitalidad, correspondería al estado de depresión e iría asociado al sentimiento de impotencia, total falta de control”.
Ella misma detalla cómo el desánimo se apoya en nuestras propias inseguridades para convertirse en impotencia: “La impotencia es un sentimiento de sufrimiento por la carencia de algo que uno necesita o debería tener: valor, fuerza, salud. Se trata de un sentimiento acerca de la propia capacidad. Implica una valoración de nuestros niveles de competencia o de control sobre una situación concreta”.
Fragmento del libro «La ventana interior. Inteligencia emocional aplicada al periodismo»
(Editorial Fragua, 2016)