En 1995 el psicólogo estadounidense Daniel Goleman publicó Inteligencia emocional. Esa obra revolucionó el enfoque dominante hasta entonces sobre el vínculo existente entre razón y emoción. Unos años después dio una vuelta de tuerca sobre la base de ese concepto para transformarlo en Inteligencia social, entendida como la ciencia de las relaciones humanas. De entrada, Goleman llama nuestra atención sobre los circuitos neuronales que operan mientras nos relacionamos, que han recibido la denominación de cerebro social. En esos circuitos nos encontramos con las células fusiformes y las neuronas espejo. Las células fusiformes operan cuando tenemos que tomar decisiones sociales inmediatas; por eso, su característica más destacada es que funcionan más rápido que las demás. Tienen forma de huso, su volumen cuadruplica al de cualquier otra neurona y poseen abundantes receptores de serotonina, dopamina y vasopresina, que son fundamentales en los estados de ánimo y las relaciones interpersonales.
Entre el sistema límbico y la corteza cerebral existe una densa red de células fusiformes que coordina los pensamientos con las emociones y las respuestas corporales con los sentimientos, como si se tratara de un centro de control neuronal. Por su parte, las neuronas espejo prevén los movimientos que van a hacer las personas que tenemos delante y detectan sus sentimientos. Eso nos predispone a imitar sus movimientos y experimentar los mismos sentimientos. La neurociencia ha descubierto que son estas neuronas las que activan regiones de nuestro cerebro para participar en las acciones de otros como si fueran propias. Así, por ejemplo, cuando alguien cercano a nosotros llora, sentimos su tristeza como propia y, en ocasiones, también lloramos.
No todas las neuronas espejo se encargan de imitar las acciones de otros. Algunas trabajan para buscar interpretaciones a las emociones de los demás, intuir sus intenciones o analizar las consecuencias sociales que puede tener una u otra acción. Es la base del contagio emocional, que nos permite comprender lo que sienten las personas que tenemos alrededor y, consecuentemente, nos ayuda a conectar con ellas. Todas estas cuestiones poseen una importancia capital porque estos procesos tienen la clave de lo que denominamos habilidades sociales que, en buena medida, determinan el éxito personal y profesional.
Fragmento del libro «La ventana interior. Inteligencia emocional aplicada al periodismo»
(Editorial Fragua, 2016)