Un comodín llamado «empatía»

  

Por lo general, el contacto entre personas es más sincero y más intenso cuando se produce en un entorno de dificultades. Sebastián Álvaro capitaneó durante años el equipo de Al filo de lo imposible, el programa de Televisión Española especializado en buscar, y superar, retos en cualquier punto del mundo. Él recuerda que “a los pies del K2 todo parecía colosal, desmesurado, abrumador, casi inhumano. Por el contrario, las sensaciones, la pasión desplegada, la fe en lo improbable y la amistad se convirtieron en humanas como nunca antes habían sido ni probablemente nunca más serían. Allí descubrí lo mejor y lo peor que las personas llevamos dentro y que se manifiesta en esos momentos extremos donde no es posible la impostura. De allí volví con amigos que desde entonces son como hermanos”.

En una situación extrema, las emociones suelen ganar terreno a la razón. En parte, porque los individuos que la viven se ven reflejados en los otros y se sienten parte de un todo que resiste ante la adversidad. El reto está en captar esa esencia para llevar la empatía a la vida cotidiana en tu redacción. No desde el heroísmo, sino como base de la moralidad.

Elsa Punset desarrolla ese planteamiento y explica en qué consiste: no queremos hacer daño a los otros porque sentimos en nosotros mismos su sufrimiento. Si lo consigues, habrás hecho de la empatía en un elemento que juega a tu favor. Y no pienses que es algo exclusivo de la especie humana, porque se da entre otros muchos seres vivos aunque sea en distintos grados en función del desarrollo cerebral de cada especie: “La forma más sencilla de empatía es la imitación, el contagio emocional –respuestas automáticas fisiológicas, como cuando un gorrión huye del comedero al escuchar un ruido inesperado y todos lo siguen sin dudarlo-. (…) Más compleja es la empatía cognitiva, que implica la capacidad de comprender las emociones de otro ser vivo, es decir, poder ser capaz de ponerse en la piel de otro en función de la imaginación, como cuando el ganador de un partido es capaz de consolar a quien ha perdido”.

Fragmento del libro «La ventana interior. Inteligencia emocional aplicada al periodismo»

(Editorial Fragua, 2016)

Adaptarse al entorno

  

No todos entendemos la realidad del mismo modo. La pluralidad interpretativa enriquece a un grupo, pero puede dificultar el trabajo en equipo. Por eso son especialmente valiosas las personas con facilidad para adaptarse a nuevos entornos humanos, que presupone la capacidad de identificar el estilo propio y el de los demás.

Aplicado al periodismo, Felipe Pena de Oliveira habla de un factor “fundamental en la interacción entre los profesionales y, consecuentemente, en la producción de la noticia: la comunidad periodística. El intercambio de experiencias, el compañerismo, los trucos, los giros propios, el vocabulario específico y el ambiente de tribu son decisivos en las elecciones hechas por los periodistas e influyen directamente en el noticiario”.

Por eso, la adaptación de un periodista que llega nuevo a una redacción supone un proceso esencial en el desarrollo posterior de su trabajo, tomado de manera individual y, especialmente, considerado como miembro de un equipo. Gerald Miller y Mark Steinberg hablan de estilo cognitivo para referirse a “las maneras características en que un individuo estructura sus creencias y actitudes sobre el mundo, y las maneras que tiene de procesar y responder a la información que le llega”.

Fragmento del libro «La ventana interior. Inteligencia emocional aplicada al periodismo».

(Editorial Fragua, 2016)

Proyecta al líder que llevas dentro

  

Tienes por delante la difícil tarea de ser director y líder, con la obligación añadida de acertar en las proporciones. El líder es dinámico y carismático y, por eso, anima, motiva y entusiasma. En cambio, el director debe relacionarse con la realidad y dotar al grupo de estabilidad. El papel del directivo se centra más en dirigir procesos que en dirigir personas, porque ellas se dirigen solas si se les deja, pero como líder estás obligado a inspirar e implicar emocionalmente a quienes trabajan contigo. Richard Templar plantea un consejo que es un buen punto de inicio: “Tienes que hacer que la gente de tu equipo vea que no eres solo su mentor, su líder, su guardián y su protector sino que también eres su campeón, su héroe y su defensor. Si alguien intenta criticarles, tú tendrás que erigirte en su defensa. Si alguien intenta aprovecharse de ellos, tendrás que protegerles”.

Hablando de heroísmos, una lectura obligatoria para ti, aspirante a líder ejemplar, es El héroe, de Baltasar Gracián. Lo escribió en 1637 como un tratado para dibujar al hombre ideal. Cuando analiza cuál es la mayor prenda de un héroe, se refiere a lo que hoy podríamos comparar con el sentido común, la reflexión y la creatividad, aunque él lo explica así: “Es lo mejor de lo visible el hombre, y en él el entendimiento; luego sus victorias, las mayores. Adécuase esta capital prenda de otras dos: fondo de juicio y elevación de ingenio, que forman un prodigio si se juntan”.

Fragmento del libro «La ventana interior. Inteligencia emocional aplicada al periodismo»

(Editorial Fragua, 2016)

Que no se congele tu autoestima

  

Imagina que te suben a un helicóptero y, tras largas horas de viaje, te dejan en un lugar inhóspito, rodeado de hielo y pingüinos. Quizá deducirías que estás en uno de los dos casquetes polares, pero… ¿en cuál? ¿En el Ártico o en la Antártida? De cara al exterior son iguales, pero esconden enormes diferencias en su interior. La Antártida es un continente congelado de 13 millones de kilómetros cuadrados, cercado por corrientes de viento frío que llevan las temperaturas hasta los -89º. En cambio, el Ártico es un mar congelado en superficie con varios metros de espesor, debajo de los cuales el agua ronda los cero grados gracias a la amortiguación térmica provocada por el océano. Aunque en apariencia los dos casquetes polares son similares, lo que fluye por debajo establece importantes diferencias entre ellos.

Con las personas ocurre lo mismo. Cuando acabamos de conocer a alguien no somos capaces de decir qué tiene de especial o qué le diferencia de los demás. Con la superficie no basta, es necesario conocer lo que fluye en su interior y, en buena medida, eso está marcado por la autoestima, por lo que esa persona cree que lleva dentro. En el caso del periodista esa convicción personal sobre las capacidades propias es esencial para desarrollar su trabajo con garantías.

Fragmento del libro «La ventana interior. Inteligencia emocional aplicada al periodismo»

(Editorial Fragua, 2016)

Autoestima rima con autocrítica (o debería hacerlo)

  

Probablemente el periodista sea uno de los profesionales que más somete a juicio su trabajo, algo que puede considerarse natural si se tiene en cuenta la proyección pública de su tarea. Personalmente, no conozco a otro colectivo que practique más la autocrítica sobre su propia actividad. Nunca he escuchado confesar a un carpintero que el barnizado de una puerta deja mucho que desear, ni a un albañil admitir que una pared ha quedado torcida, ni a un carnicero reconocer que no corta bien los filetes. En cambio, el periodista suele ser muy crítico con su proceder, si bien es cierto que esa crítica es más severa cuando se evalúa el trabajo del conjunto del gremio que cuando se analiza el trabajo individual desempeñado por uno mismo.

Aún así, es habitual que en las conversaciones entre colegas, los periodistas analicen el tratamiento de la información con altos niveles de exigencia. Tal vez por eso es endémico el pesimismo que se arrastra en la profesión no solo acerca de la situación laboral sino, también, sobre aspectos tan delicados como el futuro de la propia actividad periodística. Esa autocrítica que como colectivo tenemos tan interiorizada debe servirnos para identificar los errores individuales, primero, y para corregirlos, después. Y es que, a veces, el problema de la autoestima puede estar en una jerarquía equivocada de valores.

Hay periodistas convencidos de que los mejores profesionales son aquellos que no se equivocan nunca. Falso. En todo caso, serán los más mentirosos o los más soberbios porque la única realidad es que, aquí, todos nos equivocamos alguna vez. Así que empieza a pesar que el mejor no es aquel que dice que no se equivoca, sino el que reconoce el error y hace todo lo posible para que no se repita.

Fragmento del libro «La ventana interior. Inteligencia emocional aplicada al periodismo»

(Editorial Fragua 2016)

«La ventana interior», como un árbol

arbol

Para facilitar su comprensión, el modelo propuesto puede representarse bajo una apariencia de árbol. En este caso, las raíces del árbol se corresponden con las raíces de la persona, que equivalen a los principios íntimos. El tronco representa la fortaleza de la organización que sustenta y aglutina los recursos técnicos y humanos disponibles. Las ramas se vinculan a los trabajadores, que parten del tronco y crecen con autonomía sin dejar de estar conectadas a él. Finalmente, los frutos simbolizan el producto periodístico finalizado y puesto a disposición de la audiencia.

                                                Fragmento del libro «La ventana interior. Inteligencia emocional aplicada al periodismo»

(Editorial Fragua, 2016)

 

Estructura de «La ventana interior»

  

La ventana interior presenta cuatro cuadrantes y cada uno, a su vez, incluye cinco principios hasta completar un total de veinte. Estos principios podrían proyectarse sobre cualquiera de los cuatro ámbitos propuestos aunque, para facilitar su clasificación y comprensión, a cada principio se le asigna un ámbito. Los veinte principios que se desarrollan aquí toman, con algunas variaciones, la referencia de los expuestos por Daniel Goleman: unos aparecen de forma similar, otros sustituyen a competencias análogas y algunos más se incluyen dentro de otros que los engloban.

El modelo propuesto trata de adaptar la realidad emocional a las necesidades específicas del periodismo sin perder la referencia común que comparte con cualquier otra disciplina profesional. La distribución en áreas de esos veinte principios arranca en lo particular y termina en lo general; por eso se inicia en un campo íntimo y desemboca en el ámbito público. En todos los casos, son competencias que aportan valor añadido: a la persona de manera individual, a la empresa como marca, al grupo como equipo de trabajo y al producto informativo como resultado de un proceso. Con esa esencia, el modelo propuesto plantea estos cuatro ámbitos:

  • Principios íntimos. Se proyectan hacia el interior de uno mismo. Están relacionados con el conocimiento de la identidad y el comportamiento propio.
  • Principios corporativos. Se proyectan hacia la organización para la que se trabaja. Están relacionados con la capacidad de acatar e imponer normas.
  • Principios sociales. Se proyectan sobre los compañeros de trabajo. Están relacionados con la convivencia y el trabajo en equipo.
  • Principios públicos. Se proyectan sobre la audiencia que recibe el producto informativo elaborado. Están relacionados con la vocación de servicio.

Fragmento del libro «La ventana interior. Inteligencia emocional aplicada al periodismo»

(Editorial Fragua, 2016)

Introducción a «La ventana interior»

 

Desde la infancia nos han acostumbrado a medir la inteligencia a través del coeficiente intelectual. Hemos dado por hecho que los conocimientos cognitivos son la base de una formación sólida para hacer frente a las dificultades de la vida y, durante décadas, hemos despreciado otra formación, al menos, igual de importante: la emocional. Cuando los departamentos de recursos humanos seleccionan a un candidato se fijan en aspectos como su titulación o la destreza que posee en el manejo de herramientas informáticas y casi nunca atienden a cuestiones como la capacidad de trabajar en equipo, la creatividad que desarrolla o su resistencia a la frustración. La realidad es que vivimos en una sociedad que, cada vez más, depende de las emociones y seguimos sin ser conscientes de ello. Estamos acostumbrados a situarlas en un plano opuesto al de la razón y, de hecho, cuando tenemos dudas solemos decir que no sabemos si hacer caso al corazón o a la cabeza.

Paralelamente, el periodismo está dejando de ser una profesión de la que se vive para convertirse en un campo en el que a duras penas se sobrevive. Los conocimientos técnicos ya no son suficientes para mantener la motivación cuando la precariedad laboral martillea de manera insistente. Por eso, es el momento de aprovechar el enorme potencial que permanece dormido en el mundo emocional. En la Universidad nos enseñan a redactar correctamente, pero no a comunicar nuestras emociones; a tratar con las fuentes, pero no a ejercitar la empatía con los compañeros; a utilizar la pirámide invertida, pero no a tener iniciativa; a aplicar las cinco W, pero no a escribir con creatividad; a perfeccionar la locución, pero no a ser previsores; a maquetar una publicación, pero no a sustituir la competencia por la cooperación; a enviar una crónica a miles de kilómetros de distancia, pero no a buscar la excelencia.

Las teorías de la comunicación han abordado profusamente cuestiones como la ética profesional o el liderazgo dentro de la redacción pero casi siempre lo han hecho desde una perspectiva deontológica, laboral o corporativa. Recientemente se ha abierto la puerta a lo emocional y han visto la luz ensayos focalizados en aspectos concretos u orientados a situaciones puntuales pero, desde una perspectiva global, no existe bibliografía que aplique las pautas de la inteligencia emocional a la práctica profesional del periodismo. Bajo ese punto de vista, desarrollaremos un modelo que profundiza en la necesidad de vertebrar e interconectar los dos planos que nos ocupan: la gestión de las emociones y la práctica del periodismo. Los dos son complementarios y se enriquecen, aunque acostumbren a vivir uno a espaldas del otro. La ventana interior toma la base emocional aportada por Daniel Goleman y la aplica al desempeño de la profesión periodística para traducir en aspectos prácticos el contenido teórico e intangible de las emociones.

Fragmento del libro «La ventana interior. Inteligencia Emocional aplicada al periodismo». 

(Editorial Fragua, 2016)